Busca al Señor por el Arzobispo Dennis M. Schnurr
Estamos a mitad de la Cuaresma, y las tiendas a están ofreciendo dulces de Pascua y ventas de ropa de Pascua. Esto es natural. Todos queremos saltarnos la muerte y llegar a la resurrección. Quizás ese deseo es aún más fuerte en tiempos difíciles. Y estamos viviendo en tiempos difíciles.
En el ambiente cívico, los debates sobre asuntos políticos y sociales en nuestro país (y en muchos otros) rápidamente se vuelven no solo polémicos, sino también inciviles e incluso odiosos, especialmente cuando son alimentados por las redes sociales. En parte, como resultado, nuestros líderes progresan poco en problemas importantes.
Al mismo tiempo, la iglesia continúa atravesando por una larga y oscura noche del alma mientras luchamos con el legado de abuso infantil clerical y la falta de responsabilidad por parte de los obispos.
Este mundo en problemas podría utilizar algunas buenas noticias. La Pascua lo proporciona, porque la resurrección está en el corazón mismo de la Buena Nueva de Jesucristo. Como escribió
San Pablo, “Y si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados” (1 Co. 15:17). Sin la resurrección, de hecho, no habría iglesia. Solo después de su encuentro con el Señor resucitado, los apóstoles del Viernes Santo se convirtieron en los mártires que llevaron el Evangelio de Cristo hasta los confines de la tierra. Como dijo San Agustín de Hipona: “Somos un pueblo de Pascua, y Aleluya es nuestra canción”.
En la Vigilia Pascual de este año, escucharemos el relato de San Lucas sobre los ángeles que dicen a las mujeres en la tumba: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó” (Lc 24:5-6). En el Evangelio de San Mateo, este anuncio está precedido por las palabras reconfortantes: “Ustedes no tienen por qué temer” (Mt 28:5).
La esperanza expulsa el miedo. La historia de la Pascua hoy también trae un mensaje de esperanza para nosotros, como han enseñado los papas recientes.
“Celebrar la Pascua es permitir a Jesús triunfar sobre el miedo que muchas veces asalta y trata de enterrar todo tipo de esperanza”, el Papa Francisco dijo en su homilía de la Vigilia Pascual del año pasado. “La piedra ante la tumba compartió esto, las mujeres del Evangelio compartieron esto, y ahora la invitación se dirige una vez más a ti y a mí”.
El Papa Benedicto XVI aportó una nota similar en la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén en una visita pastoral a Tierra Santa en 2009: “La tumba vacía nos habla de esperanza, la esperanza que no nos defrauda porque es el don del Espíritu de vida (cf. Rom 5:5)”.
La esperanza siempre mira hacia el futuro. El mensaje de la Pascua no es que no haya dolor, sufrimiento y muerte, sino que la muerte no tendrá la última palabra. Por eso tenemos la tradición centenaria del huevo como un símbolo de la Pascua. La cáscara vacía de un huevo incubado representa la nueva vida que ha surgido de él.
La Pascua es la fiesta de las fiestas, alrededor de la cual se centra el Año de la Iglesia. Antes de la fiesta, sin embargo, viene el ayuno – la temporada penitencial de la Cuaresma.
La observancia de la Cuaresma, durante la cual no se canta el “Aleluya” en la Misa, comenzó en la iglesia primitiva como el período final de preparación para el bautismo de cristianos nuevos en la Vigilia Pascual. Hoy, sigue siendo una oportunidad para que cada uno de nosotros “limpiemos la casa” espiritualmente para la Pascua, por medio de la oración, el ayuno y la limosna.
Si usted, hasta ahora en este año, no se ha centrado en la Cuaresma, lo invito a que lo haga. Si inició con buenas intenciones que quedaron en el camino, lo invito a que vuelva a comenzar. No es demasiado tarde.