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Busca al Senor

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Mientras leen esto, miles de nuestros hermanos y hermanas en Cristo están en peregrinación, caminando desde varias regiones de nuestro país para reunirse en el Congreso Eucarístico Nacional en Indianápolis. Este 17 al 21 de julio, fieles de todo el país se reunirán con alegría en el Estadio Lucas Oil con la esperanza de profundizar su fe en el gran regalo del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor.

Independientemente de que podamos participar personalmente en el Congreso Eucarístico o no, seguirá siendo un momento de gracia para toda la Iglesia. La unión que experimentamos en la Iglesia es más profunda que simplemente estar juntos en el mismo lugar físico con otros creyentes. Por nuestro bautismo común y nuestra fe compartida en el Señor, los vínculos de unidad entre los fieles superan los límites del espacio y del tiempo. A lo largo de los siglos, los artistas han tratado de dar forma a esta realidad representando a la Iglesia como una gran procesión de creyentes – mujeres y hombres de “todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas” (cf. Apoc. 7:9) – todos avanzando en peregrinación hacia el cielo. Caminamos juntos hacia la eternidad, cada uno haciendo su contribución única para el bien de todos y beneficiándonos de los dones espirituales que Dios derrama sobre todos Sus hijos, dondequiera que estén.

Esta unión que compartimos como Iglesia es fundamental para nuestra vida como cristianos. Juntos estamos en camino de regreso al Dios que nos creó. Nos necesitamos unos a otros; por eso Cristo nos dio la Iglesia. Cada uno de nosotros aporta nuestros dones y talentos en beneficio de toda la comunidad de fe. Nuestro camino al cielo es una peregrinación espiritual prolongada. Con los demás a nuestro lado, avanzamos hacia un destino común: la plenitud y perfección de la vida con Dios para siempre.

A finales de este mes celebraré el 50 aniversario de mi ordenación sacerdotal. Es una ocasión para reflexionar sobre el camino vocacional al que Dios me ha llamado a lo largo de estos años. Seguir este camino me ha llevado a muchos lugares inesperados, y he tenido oportunidades y conocido a personas en el camino que nunca podría haber imaginado mientras crecía en la zona rural de Iowa. Con gratitud, reflexiono sobre las muchas maneras en que he sido testigo de la obra de Dios a través de la Iglesia y derramando Su gracia transformadora sobre Su pueblo en diversas circunstancias y situaciones. Nada de esto sería posible si no hubiera otras personas a mi lado con el deseo compartido de trabajar por la gloria de Dios y el bien de su pueblo. Juntos y con la gracia de Dios podemos lograr mucho.

Un aspecto integral de la vida cristiana es este movimiento hacia lo que está más allá. Somos personas de esperanza, siempre esforzándonos por compartir la salvación que Cristo hizo posible para cada uno de nosotros. En la eternidad contemplaremos el rostro de Dios en toda su gloria, y al conocer a Dios perfectamente también experimentaremos la perfección de nuestro propio ser. Por eso elegí como lema episcopal una línea del Salmo 105: “Busca el rostro del Señor”. Estas palabras inspiradas han motivado a los peregrinos a lo largo de los siglos mientras han caminado hacia un santuario sagrado.

En todas las cosas, Dios nos llama a descubrir Su presencia y propósito, a seguir acercándonos a Él, tanto en esta vida como por toda la eternidad. ¡Que Él nos conceda la gracia de perseverar hacia esa meta en esta peregrinación que llamamos vida – juntos en Cristo Jesús nuestro Señor!

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