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Busca al Senor

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Muchos temas surgen a lo largo del mes de octubre en la vida de la Iglesia. Es el Mes llamado “Respetemos la Vida”, por lo cual hacemos una pausa para orar más intencionalmente en agradecimiento a Dios por el gran don de la vida y para que este don sea siempre salvaguardado y respetado desde el primer momento de la concepción hasta la muerte natural. También celebramos la Jornada Mundial de las Misiones el tercer domingo de octubre. Esta es una oportunidad para aprender sobre el continuo trabajo de los misioneros para difundir el Evangelio en todos los rincones del mundo. Por último, la Iglesia dedica este mes a María bajo el título de “Nuestra Señora del Rosario”. Esta fiesta conmemora las oraciones de los cristianos de toda Europa que buscaron la intercesión de María para protegerlos de las fuerzas invasoras a finales del siglo XVI. A primera vista, estos podrían parecer temas dispares; sin embargo, reflexionar sobre la vida y el ejemplo de la Santísima Madre puede revelar cómo están conectados.

Al crecer, María se formó en su fe a través de la enseñanza y la práctica de sus padres. Los santos Joaquín y Ana inculcaron en María un gran amor a Dios y respeto por las tradiciones de su religión. Desde muy joven, María se dedicó al servicio de Dios, sabiendo que su propia vida era en sí misma un medio para dar gloria a Dios. Aprendió que esto también era cierto para todas las demás personas. Por eso, cuando Gabriel le pidió a María que fuera la madre de Jesús, ella no comprendió del todo, pero confió plenamente en que Dios estaría con ella en cualquier circunstancia, por difícil que fuera. María creía firmemente que la vida del niño que se le pidió traer a este mundo resultaría en un gran bien. Desde el principio hubo desafíos, pero ella permaneció cerca de Dios, buscó hacer su voluntad y, con José a su lado, crio a Jesús, compartiendo con Él los mismos valores y la fe que sus padres habían compartido con ella.

Cuando Jesús comenzó su ministerio público, María fue testigo de las formas en que Él cuidaba de los demás, especialmente de los pobres y marginados. Seguramente aprendió de su madre sobre el cuidado, la compasión y la apertura. A medida que la comprensión divina de Jesús crecía y aceptaba la voluntad salvadora de Su Padre, también aumentaba su deseo de que todas las personas fueran redimidas y tuvieran vida eterna. Jesús conocía el amor con el que cada persona es creada y se desgastó para que todos pudieran conocer ese amor y aceptarlo plenamente. Sus discípulos continuaron esa obra de difusión de la fe en un Dios que es Amor, y María fue la primera entre los discípulos. Seguramente ella los animó en los primeros días de la Iglesia, y aún continúa intercediendo por los misioneros en todo el mundo mientras buscan llevar el amor salvador de Dios a todas las personas.

Finalmente, María es una mujer de profunda oración. Ella constantemente meditaba las cosas en su corazón delante de Dios. Al hacerlo, descubrió cada vez más cómo Dios trabaja en el mundo y cómo Él nos llama a participar en esa obra. En el cielo, María sigue siendo una mujer que ora; intercede ante su Hijo en favor de todos sus hijos. Tener una intercesora tan poderosa es ciertamente algo por lo que debemos estar agradecidos.

Pasemos entonces este mes cerca de María, aprendiendo de ella el valor profundo de cada vida humana, esforzándonos por llevar a otros a conocer el Amor de Dios y orando por todos aquellos que padecen cualquier tipo de necesidad.

 

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