Busca al Senor
Dios creó los cielos y la tierra, estableciendo un universo ordenado a partir de lo que había sido el caos. Entre todo lo que existe – la tierra y el mar, los árboles y las flores, los pájaros, los peces y los animales – el hombre y la mujer se destacan como aquellas criaturas creadas a imagen y semejanza de Dios. Él nos ha dotado del intelecto y la voluntad libre y nos ha dado dominio sobre toda la creación. Además, desde el principio Dios encomendó al ser humano la tarea de cultivar y cuidar la obra de sus manos. Nosotros, entonces, somos corresponsables con toda la creación, y cada uno de nosotros comparte la responsabilidad de asegurar que lo que Dios vio al principio como bueno continúe irradiando el testimonio de Su gloria.
Desde la promulgación por León XIII de Rerum Novarum en 1891 hasta la encíclica del Papa Francisco de 2015 Laudato Si’, los Papas han recordado constantemente a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad de esta responsabilidad. Sin embargo, sólo tendremos éxito en la medida en que recordemos constantemente que nosotros también somos criaturas, no el Creador. Desde la Caída, nuestra tendencia es determinar por nosotros mismos lo que es mejor para nosotros, a menudo en detrimento de nuestros vecinos y del mundo que nos rodea.
El Papa Benedicto XVI reflexionó sobre esta realidad en su mensaje de 2010 para la Jornada Mundial de la Paz, diciendo: “La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación que describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del hombre y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios, negándose a reconocerse criaturas suyas. La consecuencia es que se ha distorsionado también el encargo de ‘dominar’ la tierra, de ‘cultivarla y guardarla’, y así surgió un conflicto entre ellos y el resto de la creación (cf. Gn. 3:17-19). El ser human se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto” (n. 6). ¡Cuán tristemente evidente es la destrucción que causa esta actitud de dominación en nuestro mundo hoy!
Como cristianos tenemos una gran oportunidad de fomentar una comprensión adecuada del dominio de la humanidad sobre la creación. No somos señores del mundo en el que vivimos, sino más bien sus servidores. Dios nos pide que cuidemos, protejamos y nutramos la creación, no como un fin en sí misma, sino como el medio por el cual la vida se sostiene y florece.
El Papa Francisco nos recuerda: “Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo, porque ‘él lo ordenó y fueron creados, él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que nunca pasará’ (Sal. 148:5b-6)” (Laudato Si’, n. 68). Por lo tanto, debemos esforzarnos lo mejor que podamos para observar, salvaguardar y promover la conciencia del orden natural que Dios ha tejido a lo largo de la creación.
Mientras Dios creaba, hizo una pausa y miró lo que había hecho, reconociendo que era muy bueno. Fue bueno porque Dios había puesto orden en el caos. Fue muy bueno porque Dios hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. El orden con el que Dios dotó a la creación se deshace con el pecado humano, pero es restaurado por la gracia divina. El cuidado de la creación, entonces, comienza con el cuidado de nuestra propia alma, buscando siempre vivir según el propósito para el cual Dios nos ha creado.