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Busca Al Senor

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“Hagan esto en conmemoración mía”.

Jesús dijo estas palabras por primera vez a sus discípulos cuando se reunieron con Él en el Cenáculo para comer la cena de Pascua en vísperas de su Pasión. Él continúa diciéndonos estas palabras en cada Misa, al final de la consagración del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre. Así como nos da el gran don de la Eucaristía, también nos da este mandamiento: “Hagan esto en conmemoración mía”. Hay un doble significado en esta frase que nos beneficiaría mucho profundizar durante estos años del Avivamiento Eucarístico.

Primero, Jesús encargó a los doce que hicieran lo que Él había hecho en el Cenáculo. Debían tomar pan y vino ordinarios que, mediante el poder del Espíritu Santo, se convierten en su Cuerpo y Sangre, y compartir ese don con sus discípulos como alimento que nos nutre para la vida eterna. De este modo, la Eucaristía es “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (cf. Lumen Gentium, 11). Es fuente porque es la representación del sacrificio salvador de Cristo en la Cruz y su triunfo sobre el pecado y la muerte en la Resurrección. La vida del cristiano brota de este misterio de nuestra redención. La Eucaristía es también culmen de la vida cristiana porque es un anticipo de la gloria del cielo, compartiendo la vida eterna en comunión con Dios, los ángeles y todos los santos. A través de Cristo, verdaderamente presente en la Eucaristía, estamos unidos sacramentalmente ahora en anticipación de la unidad perfecta que esperamos compartir en el cielo. Con el mandato “Hagan esto en conmemoración mía”, Jesús quería asegurarse de que sus discípulos a lo largo de los siglos fueran nutridos espiritualmente con esta comida sacramental.

En segundo lugar, a través de estas palabras Jesús dirige a sus discípulos, a todos nosotros, a configurar toda nuestra vida al modelo de amor entregado que Él nos ha enseñado y que es más evidente en el misterio de la Eucaristía. “Hagan esto” no es sólo un mandato para que se celebre el Sacramento de la Eucaristía, sino también un recordatorio de que el Señor nos llama a cada uno de nosotros a entregarnos por el bien de los demás, a unir nuestros sacrificios al sacrificio de la Cruz, y vivir inspirados por la esperanza de participar en la gloria de la Resurrección.

El cristiano que vive una vida eucarística no se limita a ir a Misa y recibir la Sagrada Comunión. Más bien, permitimos que la Presencia Real de Cristo recibida en la Eucaristía transforme nuestros corazones, mentes y voluntades para que nuestras vidas, de manera cada vez mayor, irradien el amor de Dios a un mundo que necesita desesperadamente su gracia.

El amor de Dios presente en la Eucaristía es infinito. Siempre podemos crecer en nuestra conciencia del amor de Dios por nosotros, en nuestro reconocimiento de nuestra necesidad de su misericordia y en nuestra dependencia del regalo de su gracia. Nunca debemos pensar que hemos agotado esta fuente de amor divino que Dios pone a nuestra disposición. Tampoco debemos pensar que nos hemos conformado a ese amor tanto como podemos. Dios nunca termina con nosotros. Él tiene mucho reservado para que recibamos y lleguemos a ser.

Que Dios nos conceda la gracia de vivir vidas cada vez más eucarísticas, y que este Avivamiento Eucarístico sea verdaderamente una renovación de su presencia vivificante dentro de cada uno de nuestros corazones.

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