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Busca al Senor

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En la mañana de Navidad, en la oración de apertura para la Misa de la Aurora, le pedimos a Dios que permita que la luz de la fe, que irradia del Verbo encarnado, brille en nuestras obras. Esta oración nos recuerda una hermosa verdad: el don de nuestra fe no es algo que deberíamos guardar solamente para nosotros mismos, sino que, habiendo recibido la vida misma de Dios en nuestras almas, Él nos llama a compartir esa bondad divina con los demás.

Jesucristo es el modelo de esa entrega. Por amor a nosotros, sin nada que ganar para sí mismo, entró en nuestra naturaleza humana y se ofreció a sí mismo para redimirnos del pecado. Durante el Adviento, nos preparamos para celebrar este misterio en Navidad. El nacimiento de Cristo en este mundo nos invita a renovar nuestro reconocimiento de la humilde naturaleza del amor salvífico de Dios y de su deseo de revelar la verdad de nuestra humanidad al hacerse Él mismo un hombre.

El Señor, que nos lo ha dado todo por amor, nos pide, a su vez, que nos demos por los demás. Vivimos en un mundo desesperadamente necesitado por el amor. Nuestra fe nos invita a poner en práctica el amor de Dios que hemos recibido, reconociendo así la dignidad inherente de toda persona creada a imagen y semejanza de Dios. La Iglesia ha delineado las 14 obras de misericordia, las formas prácticas y consagradas de poner nuestro amor en acción. Las obras de misericordia corporales consisten en dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los presos, dar posada a las personas sin hogar, visitar al enfermo y enterrar a los muertos. Las obras de misericordia espirituales consisten en instruir al ignorante, aconsejar a los que dudan, amonestar al pecador, soportar las injusticias con paciencia, perdonar a los demás, consolar a los afligidos y rezar por los vivos y muertos. ¡Hay tantas maneras de esforzarnos por amar a los demás como Dios nos ha amado!

Mientras nos preparamos en este Adviento para celebrar el misterio de la Encarnación del Nuestro Señor, es un momento apropiado para reflexionar sobre el amor que hemos recibido de Dios y cuál pudiera ser nuestra respuesta a ese amor. Como individuos y familias, podemos discernir cómo Dios nos invita a crecer en nuestro amor por los demás. Hay muchas oportunidades de compartir el amor de Cristo con los demás a través de nuestras comunidades parroquiales y otros grupos, incluidos los numerosos ministerios caritativos que ofrecen ayuda o prestan servicios para atender la amplia gama de necesidades de nuestra sociedad. Tal vez haya un ministerio que se adapte a tus talentos e intereses. Si es así, éste puede ser el momento perfecto para participar.

Me pongo en oración para que este Adviento sea un período fructífero de oración y preparación para cada uno de ustedes, para sus familias, para nuestras parroquias y para nuestra arquidiócesis en su conjunto. Que acojamos al Niño Jesús y sepamos que, con el amor que ha venido a ofrecernos, nos llama también a ofrecer ese amor a nuestros hermanos y hermanas aquí en la tierra. ¡Y que la paz, la alegría y la plenitud de vida que sólo Cristo puede traer sean suyas en este Adviento y en esta Navidad!

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